El día de Nochebuena, el papa Francisco abría la Puerta Santa de la basílica de San Pedro en Roma, inaugurando así el Jubileo Universal ordinario que se convoca cada 25 años y que se desarrollará durante todo el 2025, bajo el lema «Peregrinos de esperanza». En la diócesis de Tui-Vigo, la apertura de este Año Jubilar tuvo lugar en la ciudad tudense, a las 17:00 horas, del domingo 29 de diciembre.
Decenas de fieles se congregaron a esa hora en torno a la capilla de la Misericordia en Tui, donde se desarrollaron los ritos iniciales presididos por el prelado de Tui-Vigo, Mons. Antonio Valín, acompañado por el obispo emérito, Mons. Luis Quinteiro, y por el presbiterio diocesano. Tras la lectura del Evangelio, se leyeron diversos fragmentos de la bula de convocación del Año Jubilar, titulada «Spes non confundit (La esperanza no defrauda)», que recuerda que este acontecimiento quiere convertirse en un «momento de encuentro vivo y personal con Jesús» y una «ocasión para reavivar la esperanza».
Estos ritos iniciales dieron paso a la procesión que encabezó la cruz de plata y ébano del siglo XIX, donada a la Cofradía de San Telmo y que, a excepción del Viernes Santos durante los oficios propios de esa jornada, se encuentra presidiendo la sacristía del templo catedralicio. Obispos, sacerdotes y fieles “peregrinaron” hacia la catedral, dondecomenzó la celebración de la eucaristía.
Durante su intervención, el obispo de Tui-Vigo, Mons. Antonio Valín, señaló que «el Jubileo es una invitación a aprender a mirar y descubrir la semilla de Dios y su acción en la historia y en el mundo». En este sentido, recordaba las palabras del Santo Padre de ser signos tangibles de esperanza y exhortaba a ahondar en el perdón y en la ternura: «somos invitados a perdonar a todos, sin juzgar, y a perdonarlo todo. Somos invitados a pedir perdón, sabiendo que no nos humilla, sino que nos hace más grandes. Necesitamos ser curados y curar». Invitaba también, de forma especial, a practicar la ternura, «capaz de mirar a los ojos de los hermanos y de hablar al corazón de forma sencilla, con gestos pequeños que hacen novedoso cada día; ternura que no cansa ni se cansa, que abre las ventanas del corazón y del alma».
Entre las acciones previstas para el Año Jubilar, la diócesis de Tui-Vigo organiza tres peregrinaciones a Roma en marzo, junio y agosto. Además, desde ahora, quedan establecidos templos jubilares para que aquellas personas que tengan dificultades para peregrinar a Roma puedan ganar también la gracia del Jubileo: la catedral en Tui, la concatedral-basílica en Vigo y el santuario de Nuestra Señora de A Franqueira.
El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.
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El día de Nochebuena, el papa Francisco abría la Puerta Santa de la basílica de San Pedro en Roma, inaugurando así el Jubileo Universal ordinario que se convoca cada 25 años y que se desarrollará durante todo el 2025, bajo el lema «Peregrinos de esperanza». En la diócesis de Tui-Vigo, la apertura de este Año Jubilar tuvo lugar en la ciudad tudense, a las 17:00 horas, del domingo 29 de diciembre.
Decenas de fieles se congregaron a esa hora en torno a la capilla de la Misericordia en Tui, donde se desarrollaron los ritos iniciales presididos por el prelado de Tui-Vigo, Mons. Antonio Valín, acompañado por el obispo emérito, Mons. Luis Quinteiro, y por el presbiterio diocesano. Tras la lectura del Evangelio, se leyeron diversos fragmentos de la bula de convocación del Año Jubilar, titulada «Spes non confundit (La esperanza no defrauda)», que recuerda que este acontecimiento quiere convertirse en un «momento de encuentro vivo y personal con Jesús» y una «ocasión para reavivar la esperanza».
Estos ritos iniciales dieron paso a la procesión que encabezó la cruz de plata y ébano del siglo XIX, donada a la Cofradía de San Telmo y que, a excepción del Viernes Santos durante los oficios propios de esa jornada, se encuentra presidiendo la sacristía del templo catedralicio. Obispos, sacerdotes y fieles “peregrinaron” hacia la catedral, dondecomenzó la celebración de la eucaristía.
Durante su intervención, el obispo de Tui-Vigo, Mons. Antonio Valín, señaló que «el Jubileo es una invitación a aprender a mirar y descubrir la semilla de Dios y su acción en la historia y en el mundo». En este sentido, recordaba las palabras del Santo Padre de ser signos tangibles de esperanza y exhortaba a ahondar en el perdón y en la ternura: «somos invitados a perdonar a todos, sin juzgar, y a perdonarlo todo. Somos invitados a pedir perdón, sabiendo que no nos humilla, sino que nos hace más grandes. Necesitamos ser curados y curar». Invitaba también, de forma especial, a practicar la ternura, «capaz de mirar a los ojos de los hermanos y de hablar al corazón de forma sencilla, con gestos pequeños que hacen novedoso cada día; ternura que no cansa ni se cansa, que abre las ventanas del corazón y del alma».
Entre las acciones previstas para el Año Jubilar, la diócesis de Tui-Vigo organiza tres peregrinaciones a Roma en marzo, junio y agosto. Además, desde ahora, quedan establecidos templos jubilares para que aquellas personas que tengan dificultades para peregrinar a Roma puedan ganar también la gracia del Jubileo: la catedral en Tui, la concatedral-basílica en Vigo y el santuario de Nuestra Señora de A Franqueira.
El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.
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